Llegué tarde, para cuando me quise dar cuenta ya habían
quitado la película del cine y tendré que esperar a que salga en alquiler para
verla. Estoy impaciente.
Hace 3 años leí el libro “Tenemos que hablar de Kevin”
escrita por Lionel Shriver, editada en 2003. La novela cuenta la historia de Eva, una mujer satisfecha consigo misma. Es autora y
editora de guías de viaje para gente tan urbana y feliz como ella. Casada desde
hace años con Franklin, un fotógrafo e iluminador que trabaja en publicidad,
decide, ya cerca de los cuarenta años y tras muchas dudas, tener un hijo. El
producto de tan indecisa decisión será Kevin. Sin embargo, casi desde el
comienzo, nada se parece a los inefables mitos familiares de la clase media
urbana y feliz. Para empezar, Eva siente que Franklin se ha apoderado de su
maternidad y le está convirtiendo a ella en el mero contenedor del hijo por
nacer, privándole de placeres tan apreciados por Eva como el sexo, la gimnasia
o el vino.Desde el
comienzo del libro se aprecia como el vínculo madre- hijo está roto desde el
mismo instante del nacimiento, incluyendo ese mágico momento posterior al
parto.
Tras reflexionar sobre el libro que me tuvo angustiada durante
cierto tiempo, me asaltaban muchísimas preguntas ¿Puede una madre sentir
rechazo por su hijo nada más nacer éste? O planteada la pregunta de otro modo
¿Puede un hijo despertar la antipatía de su madre con su conducta nada más
nacer? ¿Puede un niño mostrar conducta antisocial desde bebé?
Ante una persona antisocial, sobre todo si se trata de un niño
siempre la primera pregunta que se nos viene a la cabeza es si la persona en
cuestión es “así”, o si no ha tenido un entorno favorable para desarrollar una
conducta normal. Mi opinión al respecto es un sí a medias para cada una de las
preguntas. Es decir, el bebé viene dotado con un temperamento singular y único
biológicamente determinado (que pude ser considerado más o menos “difícil” o
“fácil, como se quiera ver). A su vez, los padres ante el nacimiento de un hijo
tienen unas expectativas, que aunque no sean realmente conscientes, están ahí.
Cuando estos dos hechos chocan o son contrarios no logra establecerse un
vínculo sano entre la madre y el hijo.
Por otro lado, diversos estudios como el realizado en 2010 a 120
familias en el Reino Unido, indican que la depresión materna durante la gestación tiene efectos sobre la
conducta del hijo, teniendo éste más probabilidades de desarrollar una conducta
antisocial. La depresión postparto también es un factor que hace que no se
desarrolle un vínculo afectivo sano entre la madre y el hijo con las
consecuencias devastadoras que esto implica ya que a ese niño le costará mucho
establecer vínculos con sus pares en el futuro.
Lo realmente escalofriante de este libro es que, aún tratándose de
ficción, podría haberse basado en una historia real perfectamente, como la del
la Matanza del Columbine, que tuvo lugar el 20 de abril de 1999 en un instituto de enseñanza media de
Littleton,Colorado. Ese día dos alumnos preadolescentes del centro escolar (
Eric Harris y Dylan Klebold) asesinaron a balazos a 11 compañeros y un profesor
y provocaron 23 heridos graves antes de suicidarse.
En un primer momento, las
autoridades introdujeron una perspectiva psiquiátrica para interpretar el
suceso, y esta hipótesis fue adoptada de manera acrítica por los medios de
comunicación. Sin embargo, una investigación llevada a cabo por Aronson parece
desmentir esta conclusión. Tras una cuidadosa revisión del historial académico
y personal de Harris y Klebold, lo que se aprecia es que los informes
elaborados por el tutor de ambos pocas semanas antes del suceso eran
favorables, que, como alumnos gozaban de la estima de sus profesores y que desde
un punto de vista académico estaban por encima de la media de su curso. En sus
familias no había problemas. También se puede descartar un carácter huraño o
insociable, ya que asistían habitualmente a las fiestas y bailes que organizaba
el centro para sus alumnos. Todos estos
datos, contrastados y considerados en conjunto son contrarios a la
interpretación psiquiátrica.
La interpretación de Aronson, que a la larga se acabó imponiendo,
parte de la atmósfera dominante en Columbine. Una atmósfera con prácticas de
exclusión social reflejadas en las llamadas “cintas de Columbine” con diversos
testimonios recogidos inmediatamente después del suceso. Los alumnos favoritos
de la dirección, los que destacaban en las prácticas deportivas y los más
directamente involucrados en la marcha del centro, ejercían un control sobre el
resto y los sometían a un acoso constante, tanto físico como psicológico. Todo
ello ocurría en la más estricta impunidad. Una búsqueda en internet tras la
masacre reveló que muchos jóvenes de EEUU podían adivinar correctamente las
experiencias de rechazo de Harris y Klebold y sin aprobar su conducta daban
muestras de comprensión y empatía hacia ellos.
Todo lo aquí recogido nos lleva otra vez a la misma reflexión ¿Qué
peso tiene el ambiente y que peso tiene la herencia a la hora de intentar
comprender estos terribles actos?
¿Pueden unos buenos vínculos familiares paliar el sufrimiento de un acoso reiterado día tras día
en el colegio? ¿Podría haberse prevenido?
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